Soneto a la cerveza y crónica evocativa del poeta y médico samario Alfonso Noguera Aarón… Al morir septiembre, recuerdo de aquel 24/09/1966. Una berraquera de educadores magdalenenses por la educación.
¡La cerveza!
Del libro:
Flor de Zarzas
Autor:
Alfonso Noguera Aarón
Creación:
1 de diciembre de 2008
En el vaso se vierte presurosa,
coronada de espuma es su melena,
sus amargas burbujas deliciosas
hierven cual la sangre entre mis venas;
yo la contemplo gélida y morena,
saluda alegre y desafiante ella,
su licor me mitiga o me envenena
sudando su delicia en la botella;
allí está la reina sobre la mesa
compinche del tropel de mis fragores;
es provocativa y muy fácil presa,
pero el tiempo desarma sus ardores;
volcarla sobre el piso o mi cabeza…
¡Es dilema crucial de mis amores!
EVOCACIÓN
¡La marcha del hambre…!
(Del libro Crónicas y Reflexiones)
Por Alfonso Noguera Aarón
Hoy 24 de septiembre se conmemora un aniversario más de esa histórica gesta magisterial. La Marcha se originó en nuestra hermosa, querida y sufrida Santa Marta y fue un suceso que marcó para siempre la historia de la Educación y la actividad laboral y sindical en Colombia. Sin el pasado no podemos ver el futuro, pues, un pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla.
Yo cursaba ese año cuarto de primaria en la inolvidable y aledaña Escuela Santander, y todo iba bien desde la óptica infantil que nos hacía ver el mundo lleno de fantasías y esperanzas y nos gustaba aprender nuevos conocimientos y asimilar buenas experiencias. Pero, no así desde los hogares de los abnegados profesores que se la jugaban a diario para dar aquellas magistrales clases de todas las asignaturas y, a la vez, reventarse la vida para sobrevivir entre la precariedad resultante de un salario insuficiente y esporádico, pues, sencillamente les pagaban muy poco y de vez en cuando.
Aún así, continuaron durante muchos años en esa frustrante situación laboral, hasta que se rebozó la copa de la indignación y la desesperación. Creo que todo empezó como siempre en tímidas ideas aisladas y temerarias que, al principio, ni siquiera soslayaron la audacia épica en que había de terminar aquella injusta situación.
Unos 20 años después, siendo yo, a mucho honor, médico de los pensionados en Cajanal, uno de mis pacientes y líder de entonces, me dijo: “Doctor, llegó un momento que era preferible no vivir en esas condiciones de indignidad, y había un dilema, morir o luchar, y decidimos acatar la voz trémula de una valiente profesora que rompió la incertidumbre reinante: «!Compañeros, vámonos en lo que sea para Bogotá, no hay de otra…! »”.
Y así, entre la incredulidad y el coraje, se fue cocinando aquella gesta libertaria que implicaba caminar más de mil kilómetros entre Santa Marta y Bogotá, por largos trechos intransitables, empinados, fangosos, rocosos y cambios de climas súbitos e insanos que generaron algunas deserciones, pero también de muchos otros docentes y voluntarios que se sumaron a la marcha y la ayuda generosa de las poblaciones situadas a la vera del camino. “Padecimos inclementes resolanas y nos caían aguaceros inesperados en la carretera en aquellos helados páramos, y a veces teníamos que devolvernos con los compañeros enfermos para el pueblo que ya habíamos dejado atrás”, me dijo alguna vez una curtida caminante. Creo que una mañana de junio o julio se despidieron de sus seres queridos y entre el llanto ante lo impredecible y el júbilo de la esperanza, salieron lentamente y sin volver la cara por dónde ahora queda la Avenida del Ferrocarril.
Las noticias de aquellos históricos sucesos nos llegaban a las casas a retazos, mientras jugábamos al fútbol, al trompo o a la guasa, o hacíamos nada en aquellos vacantes días del año 1966. De hecho, ese año lo perdimos, pues, para cuando volvieron con las promesas y soluciones tibias y siempre incumplidas, ya era octubre y era demasiado tarde para reiniciar el curso escolar. Con todo, ese épico y heroico episodio marcó el inicio de una era de protestas y reivindicaciones del Magisterio que obviamente se extendió a los demás renglones de la actividad laboral en Colombia.
En fin, aprendimos en carne propia que los derechos no se mendigan, sino que se arrebatan. La educación es lo único que nos hace libres, diversos y dignos.