Iván Zuleta es rey vallenato/2025 y Elkin Palma pasea por el Valle del Magdalena Grande, en viaje donde leyenda, selva y acordeón parieron el alma sonora de un pueblo: vallenato.

Vallenato en el génesis
Yel rey/2025, Iván Zuleta, no solo toca, sino que habla con claridad.

Por Elkin Palma Barahona
350 años atrás, existía un Valle, pero en él nada sonaba; solo se escuchaban towatas que resonaban con el viento. Era una época en que las flautas dulces intentaban extender su silbido hasta las aldeas primitivas. No había melodías, sólo coros de guacamayas y estridentes de guacharacas retumbaban en espesas selvas.
Luego el Chimila encontró un arbusto en forma de espigas, era la uvita de lata, cortó un trozo de su tallo y le hizo ranuras para imitar el canto de un ave que cantaba en la copa de los árboles. Friccionó sus ranuras y escuchó un “Raka-raka” que le pareció bueno. Ahí tuvo su nacimiento la guacharaca. Entonces el aborigen Kogui saltó emocionado al ritmo de esta estridencia. En el momento vio algunas quijadas, unas de vacas y otras de burro, que también hizo sonar alcanzando burdas melodías. Así caminaban por las altas y espesas selvas del Valle, donde compartieron con hermanos como los Garupares, los Socuigas, los Cariachiles y los Itotos. Todos ellos compartían ceremonias y unos Koguis se dieron la potestad de explicar el surgimiento del mundo y su creación. Ahí, en cada paso, forjaron cantos, donde ‘Kuisi’ se asomó a la tierra: fue la flauta del árbol de balso la que logró juntarse a esa guacharaca que un día la esperó en una ceremonia, donde también estaba ‘Kokuí’, el tambor Kogui por excelencia. Ahí comenzó un romance: un tambor kogui de un solo parche, la guacharaca y kuisi, la flauta balsa de cinco huecos, para gestarse el principio de un arcaico son, que día a día se robustecía en cada ceremonia.

Manos curtidas y encallecidas retumbaban melodías que nativos danzaban ataviados a sus cinturas y formaban rondas ancestrales, en las que, con sonidos guturales, alegraban sus noches, animados por el ardor del chirrinchi en sus garantas. Luego percibieron que a esos sones les faltaba algo, un repique, algo de sabor, y fue cuando esos indios del “Upar”, vieron llegar otros tambores que tenían doble parche. Su sonido era diferente, pero poco a poco se fue adaptando a esos sones del gran Valle y perdería con el tiempo unos de sus parches.
Al país de Pocabuy también llegaron los sones cantados y los coros de tambora. Luego una legión de negros cimarrones invadió a ese mismo Valle. Los galeones del mercantilismo colocaban en los puertos a los más robustos y fortachones de su raza, que eran comprados por los hacendados y mineros; luego se escapaban y sus mujeres fueron subsumidas en la servidumbre. Corrida la primera década del 1600, esos mismos negros ingresaron a las huestes indígenas, manipulando los elementos e instrumentos que estremecían el espíritu de su pueblo.
De repente un gran barco atraca en el puerto de Riohacha, repleto de mercancía: espejos, cuchillos, peines etc. Ahí, un grupo de nativos muy extrañados se acerca a la gigantesca nave y entre señas y gutural lenguaje se ofrecen a ayudar al desembarque de la inerme tripulación, quienes en contraprestación les ofrecen algunos objetos de la mercancía que trasportaban. Es cuando entre tantos productos, aparece un instrumento arrugado, que expele un quejido en especie de acorde, que hizo saltar del susto a los nativos cuando fue sacado de su estuche. Era el acordeón. Sus botones que asemejaban una mazorca extraña fueron el foco de curiosidad que muy pronto se convirtió en alegría: el aparato extraño poco a poco se fue esparciendo por los pueblos cercanos, hasta que uno cayó en las manos de Francisco Moscote, al que su padre apodó “Francisco El hombre”. Otro cayó en las manos de los Durán, otro en las de los Bolaños, otro en la de los Molina y ellos veían que era bueno para acompañar a aquel tambor y a esa guacharaca que ya se sentía fastidiada con sus acompañantes. Ese instrumento se enseñoreo del gran Valle y los negros, curtidos por el trabajo, se relajaban con sus acordes. Ellos los negros, vieron como este instrumento alemán, nacido en Austria, se adueñó de su inspiración.

En aquel tiempo no había caminos cimentados, ni trasporte maquinado, las sabanas dormían intactas, consumiendo su propio frio. Sólo los surcos de algunos caminos le advertían al paisaje la presencia de paseantes errantes a lomo de burro amaestrado para su andar, y no había correos, sólo señales de quemas de monte que despedían anillos de humo que a la distancia indicaban la ubicación de un caserío.
En un camino entre Machobayo y Tomarrazón, se paseaba un trotamundos sexagenario. Se detenía en Tomarrazón, tomaba recados y razones y los llevaba por todo aquel territorio forjado de espinas. En cada pueblo era esperado y su memoria fotográfica disparaba todos los mensajes, que calmaban el desosiego de familiares, amigos y extraños. No había sellos postales, ni giros electrónicos, solo mochilas repletas de encomienda.

Algún día Francisco se encontró repitiendo los mismos mensajes a la misma familia, y se le ocurrió hacer un verso al entregar un mensaje y vio que era bueno. Y comenzó a convertir en versos esos mensajes y así surgieron los saludos: “A mi compadre José, que me tenga listo los quesos, que el sábado voy por ellos”. Y bien no se conformó con esas coplas, sino que, al juntarlas, se vio cantando su primera canción.
Apreció la melodía y se dio cuenta de que era buena y con ella surgieron los compositores. Ellos iban regando pregones a los que ponían rimas graciosas. Un domingo de brisas alegres y un sol ardiente, ese mismo trotamundos sentía que su mensaje era poco escuchado y se preocupó por hacerse escuchar mejor. Entonces, probó con cartones en forma de bocina y el sonido era a un bajo, luego utilizó hojas de lata y le pareció mejor. Las plazas eran su lugar de concentración, ahí muchos parroquianos llenaban el lugar para escuchar sus mensajes vueltos canciones.
Algún día, habiendo ya ensayado nuevos acordes, nuestro personaje decide darle un mayor uso al aparato arrugado que su padre le regaló y pensó que llevando sus mensajes con música sería muy placentero. Entonces, sus correrías a lomo de burro serian placenteras. Llegó a Cotoprix y la gente se emocionó y vio que era bueno. Así nacieron las casetas. Se dio cuenta de que debía tener un número musical distinto al de dar mensajes, pero nada se le ocurría, hasta que un día, estando en su casa, en una noche lluviosa, escuchó unos quejidos. Era su lechona que cada vez que llovía no lo dejaba dormir. Ahí nace la inspiración para Francisco y surge “La puerca mona” —primera canción de Francisco Moscote o “Francisco el hombre”, en la cual el autor remeda con los pitos el quejido de una marrana de color rubio—. Fue una de las primeras canciones de este folclor. La repetía día a día y en todas partes, hasta el punto en que la gente coreaba sus letras y el mismo Francisco se endiosaba remedando a “La puerca mona” con los pitos del acordeón. Así nacieron los arreglos, los artilugios y los “firi firi” que hoy adornan las canciones.

En ese andar, ir y venir por los caminos de Macondo, Francisco se mostraba altivo y portentoso, y la razón era que tenía un acordeón al pecho, que lo hacía indestronable como personaje de la época, nadie lo superaba, aunque muchos ejecutaban mejor el instrumento. Él era una especie de “Llanero solitario” que libraba batallas de versos y cantos en lo más profundo de la provincia de Padilla. En un paso tenebroso, llegando a Machobayo, despistado a media noche, sintió un escalofrió que lo penetró hasta los huesos. Quiso distraerse del miedo entonando una melodía infinita, cuando, de repente, escuchó a la distancia una melodía de ultratumba. Cerró sus fuelles para escuchar tan extraños acordes, detuvo su burro que, al tiempo, erectó sus orejas, porque ya sentía muy cerca a un contendor para su amo. Intercambiaron melodías, pero su pavor colapsó cuando de frente tenía a un hombre altísimo, como de dos metros, al que le brillaban los ojos como dos tizones encendidos. Continuo tocando melodías a diestra y siniestra, pero no veía como callar a ese hombre que parecía del más allá y probó entonando una oración y vio que ese diablo se encogió, y siguió cantando. Luego canto el Credo al revés para que ese maligno saliera despavorid,o dejando un fétido olor a azufre en el ambiente. Así surgió la piquería, pero este no es el único encuentro del hombre con el maligno en este Valle del Magdalena Grande: Francisco “Pacho” Rada también cuenta la historia de su victoria contra Lucifer. Ahí, precisamente en ese instante, nace la piquería, en medio de una leyenda que no escapa del triunfo del bien sobre el mal.

Luego el pregonero cruzó extensas sabanas y fue más allá del gran Valle, donde escuchó a otros cantores que detrás de ejércitos de ganado entonaban versos milenarios que retumbaron las laderas de aquel agreste territorio: vacas, borregos y toros en fila india, seguían los cantos. Y vio el pregonero que era un canto bello y ahí surgieron las melodías sabaneras. Muy lejos de allí, un grupo de campesinos de manos encallecidas, se desafiaban a punta de melodía. De este evento tomaron apuntes Rafael Escalona, Consuelo Araujonoguera y Alfonso López y vieron que era bueno, y comenzaron a llamar de viva voz a esos grandes diestros del acordeón que, con sus melodías, desafiaban a sus amigos y extraños.
Los encuentros se daban por doquier, los desafíos iban y venían, los recados pululaban para denotar encuentros que muchas veces terminaban en riñas personales, pero predominaba la gallardía, con altura, el mejor tenía la garantía de serlo y se respetaba la palabra. Esto era bueno y ahí surgió el Festival que se encontró más tarde defendiendo la pureza de un canto.
En ese tiempo, un portento de negros descendientes de Senegal crecía, con acordeón al pecho, en la hacienda ‘Las cabezas del paso’. Desde allí, un negro inmenso iluminaba con su diente de oro de 24 quilates el sendero que debía recorrer para reclamar su primera corona de rey vallenato. Así extendió su fama por todo el Magdalena Grande, dolido por su acordeón del cual solo le quedaba un pedazo: Alejandro Durán.

En ese entonces, un duelo terrenal invade el suelo guajiro: dos colosos en el acordeón se tiran puya, uno es Morales y el otro el Viejo “Mile”, y así nace el canto insigne para el vallenato y una gota fría humedece las parrandas en el Valle; luego vinieron juglares a reclamar las coronas de aquel festival donde se entonaban las canciones de Luis Pitre, de Don Toba y Carlos Huertas.
Este canto engalanaba las tardes e iluminaba las noches que se hicieron bohemias y de parrandas, cuando un joven proveniente del caserío más humilde de la guajira hace presencia en el Valle. Era Diomedes que con un pucho de limón en su hombro le daba la buena nueva al vallenato. Desde ahí ha de venir el asunto de que todos sintieran desafinadas a las demás voces del nuevo canto.
Más tardes en el tiempo de madurez de este canto llegan delicadas voces en las canciones, y a alguien se le ocurre llamarlas “románticas”. Entonces el vallenato se llenó aún más de sentimiento, pero de un sentimiento sublime, que enternece el corazón. Así caminó este canto y se hizo altivo llevando el predominio de los escenarios musicales. La salsa en su apogeo no detuvo su ímpetu, la balada romántica compartió su gusto y el merengue dominicano logró molestarlo, pero al fin y al cabo reportaban gran distancia entre estos y el canto de “Francisco el hombre”.

Un grupo de jóvenes compositores copiaron modelos y dejaron florecer su inspiración para provisionar a los más famosos intérpretes: una dinastía siembra vástagos que germinan con acordeón al pecho y voces de barítono: los Zuletas, los Duran, los Bolaños, los Díaz, los Gutiérrez, los Molina, los Rada, los Maestre, los Granados, los Zabaleta, los Calderón, los Manjarrez, los Martínez, los Marií, entre otros, robustecieron los arpegios y los cantos, hasta que aparecieron unos jóvenes que, queriendo imitar al naciente reguetón, hicieron cantos cargados de retahíla sin guardar rima, ni métrica, jóvenes desviados de su identidad cultural, que muy pronto cantaron vallenato.
Luego dos jóvenes, no precisamente “mulatos” Peter y Silvestre, se disputan el mercado del disco, con estilos moderno para el vallenato… ¿eso es vallenato? No, para algunos que añoran aun a los clásicos, pero esos cantantes a veces introducen un canto vallenato en sus producciones y los mismos se escuchan y mantienen a los jóvenes pegaos al vallenato. Por ello la UNESCO crea una salvaguarda, y le pareció bueno e invito a los colombianos a que sigan alimentando poesía, que busquemos estrategias para proteger lo que hace parte de nuestra identidad: el vallenato, una música que crea su propio idioma, su propia gramática y que, además, nos corre por las venas.
Iván Zuleta, Rey Vallenato 2025: la
corona que le hacía falta a su dinastía

Por Evo Matrix
La noche del sábado 3 de mayo de 2025 fue histórica para el vallenato y, en especial, para la dinastía Zuleta, que finalmente vio consagrado a uno de sus miembros como Rey Vallenato profesional: Iván Zuleta.
Nieto de Emiliano Zuleta Baquero —hijo de Fabio Zuleta Díaz, humorista—, durante más de 30 años ha sido una de las figuras más representativas del folclore vallenato, alcanzó la anhelada corona en el Festival de la Leyenda Vallenata, celebrando su victoria en la tarima Colacho Mendoza, ubicada en el Parque de la Leyenda Vallenata Consuelo Araújo Noguera.

Iván, quien era uno de los grandes favoritos para alzarse con el título, demostró, una vez más, su maestría con el acordeón. La competencia no fue fácil, ya que tuvo que enfrentarse a Omar ‘El Zorro’ Hernández, el actual acordeonero de Farid Ortiz, quien, en tono competitivo, dejó algunas indirectas hacia Zuleta durante la interpretación de la puya, uno de los cuatro aires del concurso. “Dice que va a ganar, pero aquí está un zorro que le gana en la puya. No vengo de dinastía, pero lo llevo en la sangre”, expresó Hernández, dejando claro que la disputa sería intensa.
Sin embargo, a pesar de las palabras de su rival, Iván Zuleta mostró por qué su nombre es sinónimo de calidad en el vallenato. Su actuación final fue impecable, interpretando con destreza el paseo ‘El gallo viejo’, de Emiliano Zuleta, el merengue ‘La fule’, también de Emiliano Zuleta, el son ‘María Jesús’, de Antonio María Llerena, y la puya ‘A la dinastía Zuleta’. Con esta última pieza, Zuleta rindió homenaje a su legado familiar, dedicando su triunfo a su abuelo Emiliano, fundador de la dinastía, y a todos los miembros de su familia que lo han apoyado en su carrera musical.
Al recibir la corona, Iván Zuleta no ocultó su emoción y dedicó unas palabras de agradecimiento a su familia, a sus seguidores y, especialmente, a su madre, quien estaba visiblemente nerviosa. “Este es un triunfo que le dedico a mi abuelo Emiliano, a la dinastía. Pero ante todo, a Dios que me iluminó, a mis seguidores, a mi esposa, a mis hijos, a mis hermanos y a mi mamá, que estaba nerviosa, quiero decirle, esté tranquila, que usted parió a un rey. Los quiero mucho”, expresó conmovido.

Desde el inicio del certamen, Iván Zuleta se perfilaba como el gran favorito, y su victoria fue el resultado de años de esfuerzo y dedicación al vallenato. La lluvia, que azotó la ciudad de Valledupar durante los días previos al evento, no fue un impedimento para que sus seguidores lo acompañaran en todo momento, demostrando el cariño y respeto que se ha ganado a lo largo de su carrera.
La dinastía Zuleta, cuyo legado en la música vallenata es indiscutible, finalmente vio coronado a uno de sus hijos con este prestigioso título. A lo largo de los años, Iván Zuleta ha dejado una huella imborrable en el vallenato, habiendo trabajado al lado de grandes artistas como ‘El Cacique de La Junta’ Diomedes Díaz, Poncho Zuleta, Rafael Santos Díaz, Churo Díaz e Iván Villazón, entre otros. Esta victoria no solo fortalece su legado personal, sino que también enriquece la tradición musical que ha sido la base de su carrera.
Con este título, Iván Zuleta ha alcanzado la cima de su carrera y ha demostrado que el vallenato sigue vivo en el corazón de las nuevas generaciones. Ahora, con la corona de Rey Vallenato, continuará llevando en alto el folclor que ha marcado su vida, y seguirá siendo una referencia en la música colombiana, mientras refuerza el nombre de la dinastía Zuleta en la historia de la música vallenata.