Existencia fugaz

Existencia fugaz

‘Tiempo y reloj’, por José Alfredo Meza Casadiego: profunda reflexión sobre la relación humano-tiempo. Un cuento que invita a cuestionar la inquebrantable dictadura del reloj, lo fugaz de nuestra existencia.

Tiempo y reloj

Por José Alfredo Meza Casadiego

‘El tiempo’ y su fiel guardián ‘el reloj’ surgieron para disciplinarnos en la entelequia de segundos, minutos, horas, días, meses y años; ya inventaran uno que anuncien los siglos por los siglos, amén.

En mi anciana infancia pasaban inadvertidos para mí, ahora paso a creer, no, creer no, a afirmar, que tenían ojos bien despejados, exagerados y de pestañas enormes evitando a espabilar para no turbar sus centinelas sobre mí… Los imaginaba sentados a placer en mi mente.

Mi niñez transcurrió sin percibir sus existencias. Entrado en la etapa del uso de razón, continuaba insensible a sus agudas vigilancias.

Simbología IA para un cuento: reloj de arena antropomórfico, ojos grandes y pestañas largas, sentado en un trono de números… También, un reloj analógico, en forma humana con guadaña en mano para segar recuerdos… Y además, un anciano sentado en un rincón oscuro, su mente entre nubarrones: ¡el olvido! Y los destellos dorados, la melancolía: lo majestuoso del tiempo.

En mi dormida conciencia solo existía un horario escolar, aprendiendo Zoología, Geometría, Geografía, Religión “en el nombre del padre, del hijo, del espíritu santo”.

Para entonces, ‘El tiempo y el reloj’ se confabulaban con el tañido de la campana, tan, tan, tan, anunciando el feliz momento de jugar por los senderos del jardín colegial. Bendito recreo. ¡Qué alegría!, hasta sonar de nuevo e interrumpir de manera áspera la fascinación de los juegos, tan, tan, tan. ¡Qué tristeza!

En mi juventud desgastaba ‘el tiempo’ sin consideración, zambulléndome en el túnel de oscuras noches discotequeras, hasta que una filosa voz, agujereaba la euforia, lastimaba el bullicio y anunciaba la hora del cierre, dibujada por las manecillas en el reino de ‘el reloj’, ¡nueva insatisfacción!

Más tarde me enteré de que el mundo se encontraba asediado por un innumerable ejército de relojes. Cómo apéndice de la vida humana, invadieron un continente y todos los continentes, determinando el hacer del rico y del pobre, del adulto y del niño, de la madre del niño, del padre del niño que huyó con rumbo desconocido, para incumplir sus obligaciones; de los jueces de todos los deportes, de los jugadores de todos los deportes, del público de todos los deportes, del ‘Papa’, de los cultivadores de papa, de los etcéteras, etcétera, etcétera.

Una noche viajé a otro continente y, ¡oh, sorpresa!, al llegar a mi destino sentí ser dos personas distintas en una sola mente. Llegué de noche a la misma hora de la anterior; averigüé la causa de la confusión y obtuve por respuesta que la tierra, cómo loca, no se agotaba de girar alrededor de su inclinado eje. Por tal razón, los segundos, minutos y horas del hemisferio occidental perseguían los segundos, los minutos y las horas del hemisferio oriental sin lograrlo y los de oriente perseguían a los de occidente como en un juego eterno del gato: “a qué te cojo ratón, a que no…”. Si en principio estaba confundido, con la explicación terminé más desorientado. Para ese momento ya no sabía si había llegado a mi destino o regresado a mi punto de partida.

Imagen de portada: Interpretación por IA de la la experiencia de un anciano paciente de Alzheimer.

En mi edad madura tomé conciencia de que sus centinelas, siempre estaban ahí, cómo sombras: no me abandonaban por las noches en mis sueños.

Me recordaban, con exactitud implacable, el día tal, del mes cuál, del año pascual, la fecha de mi boda, ilusionado de que fuera para toda la vida y, ¡si señores!, fue para toda la vida.

También el día que aparecí en cartelera de destacados, por algo que no sabía que congratulaban, dicho honor me hizo dormir larga borrachera de laureles y despertar bajo la rechifla de los compañeros, enterados de mi despido por holgazán.

Continué con azarosa vida y profunda sensación de acecho que calaban mis huesos, corrijo, sensación no, ¡me asechaban!; sentados en sus tronos sobre la superficie de mi lúcida memoria.

‘El tiempo’, cómo buen emperador, le recordaba a ‘el reloj’ su tarea de esclavizar mi vida a sus designios de años, meses, días, horas, minutos, segundos, hasta llegar el aciago momento en que los recuerdos recientes se fueron cubriendo de neblina y ¡los borró!, abriendo el camino para internarme en los laberintos del olvido que preceden a la enfermedad del Alzheimer (perdida de la memoria).

El paso del tiempo en muchísimos cerebros.

Mi nebulosa mente, fue olvidando el desgastado camino de los cuartos de mi aposento, antes transitados con los ojos vendados, ora sin poder recorrerlos con ellos abiertos.

Abandoné a su mala suerte mis vestidos, que suplicaban desteñirse por su uso, apolillados por su desuso.

Toda mi humanidad se dispuso con fortaleza a enfrentar una lucha sin cuartel contra un enemigo peligroso: el baño por las mañanas. Me oponía —con el apoyo de una fuerza desconocida—, sin resultado alguno, para quedar, en fin, tendido en el campo de batalla embadurnado mi cuerpo desnudo de una mezcla de jabón con olor a rancio, mancillado mi honor combatiente, humillado, derrotado ante la férrea decisión de frágiles y tiernas manos de mi enfermera por bañarme.

Terminé olvidando quienes eran mis familiares, quienes eran mis amigos y, más tarde, hasta olvidándome de mí mismo.

Mi memoria, en vano, intentó luchar contra esos inventos del hombre. ¡No pude!… ¡Me derrotaron!

En este instante que escribo mi primer cuento, me encuentro en un hogar geriátrico, mi memoria, ya inútil, apaga sus últimas lucecitas.

¡Ahora no creo!, no, ¡ahora tengo la certeza!… de que el ‘tiempo y el reloj’ abandonaron sus centinelas sobre mi ultrajada memoria, cerraron sus grandes ojos y enormes pestañas, se fueron victoriosos a depositar sus grandes garras de olvidos en otras mentes anciana.

Antes de llegar a mi total oscuridad mental, reflexiono: “¡Ya no sé quién soy!”.

FIN

José Alfredo Meza Casadiego