Un cuarto de siglo sin Nando

Un cuarto de siglo sin Nando

Este jueves-5 se cumplen 25 años de la muerte del compositor tablacense Hernando Marín… Inocencio De la Cruz lo retrata y Sayco entregará a sus familiares la ‘Gran-Orden Santa Cecilia’.

Homenaje a Hernando Marín: ‘Gran
Orden Santa Cecilia’ a ‘El poeta del pueblo’

En San Juan del Cesar-La Guajira, se conmemoran los 25 años del fallecimiento del autor de ‘La creciente’, ‘La ley del embudo’ y ‘Bola’e candela’, entre tantas…

Por Inocencio De la Cruz

Hernando Marín.

Septiembre fue el mes del círculo de vida de Hernando José Marín Lacouture: en septiembre nació y en septiembre falleció.

Al mundo vino —en El Tablazo, corregimiento de San Juan del Cesar-La Guajira— el 1 del noveno mes del año y a la Eternidad se fue cuatro días después de haber cumplido 55, el 5.

En efecto, el vallenato se vistió de luto aquel fatídico domingo del año 1994, cuando Nando Marín pereció en un siniestro vial ocurrido en un rincón del Caribe colombiano: la vía principal del barrio El Bongo, jurisdicción del municipio Los Palmitos, departamento de Sucre.

Este jueves, en San Juan del Cesar —con presencia de directivos de la Sociedad Colombiana de Autores y Compositores-Sayco—, se le rendirá homenaje al guitarrista compositor de éxitos como  ‘La creciente’, ‘Los maestros’, ‘La ley del embudo’, ‘Bola’e candela’, ‘Lágrimas de sangre’, ‘El mocoso’, ‘Campesino parrandero’, ‘Sanjuanerita’, ‘El gavilán mayor’, ‘Canta conmigo’, ‘La primera piedra’, ‘El enfermo’, ‘Volvieron’, ‘Lo que siento’, ‘Juramento’, ‘Mentira de las mujeres’, ‘La vecina de Chavita’, ‘Recuerdos’, ‘Corazón indolente, ‘El invencible’, ‘Girasol’, ‘Querida Guajira’ y ‘Vallenato y guajiro’, entre tantos.

5 de septiembre de 2024 para recordar, necesariamente, que la vida del compositor de un tema icónico de alto contenido romántico —un poema sentimental inmortalizado por el Binomio de Oro en la voz de Rafael Orozco—: ‘La creciente’, se extinguió hace un cuarto de siglo en el interior de un taxi que se salió de la carretera en territorio sabanero, estribaciones de los Montes de María.

Veinticinco años de una partida inesperada y dolorosa.

«Los ríos se desbordan por la creciente/ y sus aguas corren desenfrenadas/ y al verte yo no puedo detenerme/, soy como un loco que duerme/ y al momento despertara/… Y así como las nubes se detienen/, después de un vendaval viene la calma/, a todo río le pasa la creciente/, menos al amor que llevo en mi alma».

Y habrá de recordarse también que otro grande del vallenato nacido igualmente en los suburbios rurales de San Juan le grabó en 1989 el tema ‘Canta conmigo’, un rezo musicalizado mediante el cual Nando Marín expresaba sus deseos de paz para el Cesar y Colombia y el cual fue coreado por miles de sus admiradores el día en que fue sepultado en Valledupar. Aquel paisano suyo era Diomedes Díaz, en cuya cuna, el corregimiento La Junta, el tablacense ganó el concurso de ‘Canción inédita’ con el tema ‘Vallenato y guajiro’ en el Festival del Fique/1974, su catapulta.

«Y oír en la voz del pueblo un canto’e mi tierra/: Yo quiero cambiar la guerra por paz y amor/. Quiero encender con una luz el sentimiento/, y el corazón del pueblo de Valledupar/. Quiero enlazar la melodía de cuatro versos/ para que ustedes me acompañen a cantar/. Canta conmigo mi pueblo/ y el viejo Valledupar…».

En la inmensa llanura del vallenato, sembrada de talentos que narran la vida misma en cada nota, entre las montañas y los ríos que vivió y anduvo, sigue viva una figura que, a pesar de haber partido temprano —apenas 55 años vivió Nando Marín—, no deja de resonar en el corazón de quienes aman esta música: un compositor romántico que le cantó al amor con sentimiento: ‘La creciente’, ‘Sanjuanerita’; que con rebeldía le hizo honor a la música protesta: ‘La ley del embudo’, ‘Los maestros’, y con gracia e ironía o sarcasmo escribió numerosas letras sobre la cotidianidad anecdótica y las costumbres de su pueblo: ‘El gavilán mayor’ y ‘Bola’e candela’… Todo un amplísimo dibujo del alma del Caribe colombiano, pero en especial de puntos fijos del otrora Magdalena Grande.

Hernando Marín y Alfredo Gutiérrez, en tiempos en que el tablacense hizo el intento de ser cantante. Imagen de https://www.youtube.com/

«¿dónde está Jorge Dangond?/…
La gente corría con miedo y pavor/ y el diablo decía: “No quiero trabajador”/, Yo no quiero trabajador/, yo quiero es a Jorge Dangond/… Jorge le preguntó al diablo:/ “¿Por qué está tan guapo/ que quiere de mí?”/ y al diablo le crecían los cachos/, echaba candela y se ponía a reír/: “Es que no quiero más gente de tu trabajo/, yo quiero un rico, de tantos que hay por ahí”/. Le dijo Jorge: “Yo le traigo a un primo hermano/ que usted conoce/, que es Rodrigo Lacouture”/. Y el diablo le dijo: “¡Ay, no por favor!,
tráigame
otro primo, porque ese es un vividor”.

Sin que entre sus ascendientes hubiese músicos, Hernando José Marín Lacouture —un autodidacta de la vida y de la música— creció empapándose de esas historias y costumbres de su gente y, con sus dedos entre las cuerdas de ‘piazos’ de guitarra, desde joven hizo de la escritura y la composición no solo su refugio, sino su modo de expresar las realidades que lo rodeaban, para convertirse en uno de los más grandes exponentes del juglarismo vallenato.

Un hijo de Hernando Marín, el médico Deimer, también le jala a la composición —lo mismo que a la política— y con frecuencia ha hecho presentaciones particulares y en tarima.

Aquel estilo de Hernando Marín para componer —romántico, rebelde y costumbrista— lo llevó a ganar ‘Canción inédita’ en los más importantes festivales de música vallenata y también lo motivó a incursionar, a mediados de los años 70, como vocalista al lado de Alfredo Gutiérrez, pero sin alcanzar el objetivo propuesto: llegar a ser reconocido como intérprete también. Ahí no le fue bien.

Nando y ‘Primo Nando’, amigos y parranderos, que los fueron.

“La vida de Hernando Marín, como la de tantos otros compositores vallenatos, estuvo marcada por la nostalgia, el amor por su tierra y la parranda, porque parrandero de los buenos también era”, dijo su amigo fraternal el médico guajiro Bladimiro Cuello Daza al ser consultado por el periodista. “Sin embargo, fue también un hombre de carácter firme, que supo criticar con relativa sutileza las injusticias sociales y las dificultades de su entorno», agregó ‘Primo Nando’, como Cuello Daza es nombrado en el ámbito folclórico de la región. Nando y ‘Primo Nando’ fueron grandes amigos.

Aquel accidente automovilístico en una carretera de las Sabanas de Bolívar provocó una partida inesperada que dejó un vacío inmenso en la cultura vallenata. Sin embargo, la muerte de Nando Marín no apagó su canto, por el contrario: lo fortaleció. Y hoy sus canciones siguen siendo expresiones de vida que resuenan en cada parranda y en cada corazón que late al ritmo del acordeón.

Hoy, Hernando Marín es recordado como un poeta del pueblo, un hombre sencillo, cuya obra trasciende el tiempo. Su legado vive en cada nota, en cada estrofa que susurra el viento del Ranchería, del Guatapurí o del río Cesar —del río Grande de la Magdalena también— y bulle en la memoria de aquellos que, al escuchar sus canciones, reviven los momentos de alegría, tristeza, amor y desengaño que él supo plasmar con maestría.

En las calles —entre las polvorientas y las ahora pavimentadas también—, en muchos rincones del Caribe colombiano, Hernando José Marín Lacouture es un nombre que no se olvida.

Gran Orden Santa Cecilia’.

Sus letras vallenatas son testimonio de que, aunque la muerte llegue, el arte tiene el poder de inmortalizar a aquellos que supieron darle voz al alma de su gente.

Así es como se recordará por siempre a Nando Marín: un compositor que, a través de sus canciones, se convirtió en perenne cronista de la vida cotidiana de su amado vallenato.

Este jueves 25 de septiembre de 2024, en San Juan del Cesar, Sayco condecorará el legado y el recuerdo del compositor de El Tablazo, entregando a familiares la ‘Gran Orden Santa Cecilia’, homenaje póstumo. Tanto ella como él, atraídos irresistiblemente por los acordes melodiosos de los instrumentos. La piadosa, símbolo de la música, por disposición, año 1594, del papa Gregorio XIII al momento de canonizarla.