Prende la vela

Prende la vela

Luz de velitas para encender la magia navideña. Caribe vibrante, calidez humana y tradiciones luminosas. Música y sabores celebran la vida en cada rincón del corazón festivo. Por Evo Matrix.

Imagen de portada: Croquis de la Región Caribe, enmarcado por El Muelle Caribe entre figuras alusivas a la temporada navideña, al festivo diciembre. El Caribe y su celebración sui generis de Noche de Velitas, Navidad, Año Nuevo y hasta Reyes, que ya viene el Carnaval.

Más que una celebración,
¡una declaración de vida!

Y que el cielo se ilumine —noche de velitas—, que suene la música, que todo sea un estallido de magia multicolor navideña y que nos abrase y hasta nos queme el calor humano Caribe.

Por Evo Matrix

Se prenden las velas

Encendido de velitas.

Restan pocas horas para que brille ‘La noche de las velitas’, esa luminosa tradición que marca el inicio de las festividades decembrinas.

Pocas horas para que —nocturnal de este sábado 7— un resplandor festivo asome con todo su esplendor tanto en el Caribe colombiano como en Bogotá y el resto del país, cada región con su particularidad, sus luces y también sus sombras.

En el Caribe colombiano, la víspera de ‘El día de la Inmaculada Concepción’ transforma los barrios en un cuadro pintoresco. En las casas, aunque enrejadas por la inseguridad, se colocan velas y faroles que iluminan las fachadas, dibujando un paisaje mágico. La música no puede faltar: vallenato, cumbia, porro, salsa, merengue y hasta reguetón —la modernidad juvenil— han de llenar de alegría y baile las calles, recordando que el espíritu festivo del Caribe prevalece incluso ante las dificultades. Los niños corren entre las velas, cuidando que no se apaguen, mientras los adultos comparten historias y planean las celebraciones que se avecinan.

Bogotá, por su parte, encuentra en plazas, parques y las zonas comunes de los conjuntos residenciales el escenario perfecto para encender sus velas. Faroles de colores decoran interiores y exteriores, y aunque el temor acompaña a algunas calles de la ciudad, la tradición no se apaga. En algunos sectores, la pirotecnia anuncia las vivencias de esta noche especial y llenando el cielo de destellos y el aire de sonidos festivos. La fiesta se divide entre quienes mantienen viva esta costumbre con fervor y quienes observan desde las ventanas, celebrando de manera más introspectiva. Pero hay que decirlo: la pirotecnia representa un castigo para las mascotas.

IA recrea el parque de Usaquén, donde se congrega mucha gente para cumplir con el rito de la noche del 7 de diciembre, víspera del día de la Inmaculada Concepción.

Y el resto de Colombia, a su manera, se acoge a una celebración que brilla —girando alrededor de las velas—, aunque entre claroscuros, destellos y penumbras, en un juego de luces y tinieblas, entre el resplandor y la sombra.

Esta primera parada hacia el fin de año es apenas el comienzo. El 16 de diciembre, las novenas del Niño Dios traerán un emotivo motivo de unión familiar, con villancicos y rezos que culminarán en la esperada Nochebuena. Y después, el 31, el año se despedirá con ruidos, risas y quema de monigotes —muchos de ellos con figura presidencial—, en especial el característico ‘Muñeco Año Viejo’, acto mediante el cual se echan al aire las penas y se les abre paso a las esperanzas de 2025.

‘La noche de las velitas’ en su dualidad entre luz y sombra, nos recuerda que el espíritu festivo del país siempre encuentra un resquicio para brillar. Es la chispa inicial de una serie de celebraciones que, entre luces y tradiciones, nos conducen al corazón de la Navidad.

Contando las fiestas

El corazón de la Navidad, que en el Caribe colombiano no es una simple fecha del calendario, no: es un acontecimiento que se vive con intensidad.

Rumba de ‘La noche de las velitas’, a todo dar en el Caribe colombiano, vista por IA.

Es como si cada día de diciembre se metiera en una fiesta que se anuncia con melodías alusivas a la temporada, voces que levantan el espíritu más desanimado y luces que iluminan hasta el rincón más humilde.

En el Caribe colombiano, la Navidad es más que tradición: es calor humano, música y una explosión de sabores.

En las calles del Caribe colombiano, la llegada de la Navidad no se anuncia con copos de nieve ni chimeneas encendidas. ¡Ni más faltaba!

Gentío por doquier, multitudes consumidoras tanto en grandes superficies —acreditados centros comerciales— y almacenes de caché, como en zonas comerciales populares que ofrecen artículos mil entre apretados locales y a cielo abierto, forjan la dinámica económica de esta época del año.

Las luces en ‘El malecón del Río’, muy barranquillero.

Desde los primeros días del mes —digamos la verdad: desde dos meses antes—, las calles de Barranquilla comienzan a vestirse de fiesta. Las casas de los barrios populares compiten en creatividad con sus adornos: guirnaldas hechas de papel, estrellas plateadas colgadas en los balcones, figuras aparentemente inanes de Papá Noel o San Claus y luces que titilan al ritmo de los parlantes de fines de semana.

En el centro, los comerciantes decoran sus puestos con globos y espumillones, mientras ofertan artículos solo consumibles en temporada navideña y añaden gastronomía típica y repostería que llenan el aire de un aroma inconfundible.

En Barranquilla, el corazón late más rápido al acercarse la Nochebuena. Las calles sin distingo de estrato social se transforman en un desfile de colores con sus casas vestidas de luces que cintilan al compás de la música.

¡Ah!, y temporada navideña en ‘El malecón del Río’, emblema muy barranquillero que se convierte, día a día, en un hormiguero humano conformado por propios y foráneos dispuestos a gozarse esta obra que es llamativo inevitable dentro de la industria turística nacional y extranjera. Y metido en la nota con la recién inaugurada iluminación navideña.

Edgardo Barceló Fernández, “eso es leche’e perro” con sabor a cumbiamba.

En Soledad —la tierra de Pacho Galán y Alci Acosta y Arturo Segovia y el poeta de ‘La gran miseria humana’— se incrementa la venta de butifarras, por algún lugar suena la tambora, y la nostalgia se apodera de aquellos que evocan las ruedas de cumbia —la cumbiamba en su originalidad— que organizaba Edgardo Barceló Fernández al grito de “eso es leche’e perro”, allí en la calle 19 con carrera 22, que en una de cuyas esquinas vivía su familia, que al frente queda la casa donde nació ‘El rey del merecumbé’. Misma calle en la cual nació el intérprete de ‘Odio gitano’.

Pero es en los pueblitos costeños donde la magia caribeña alcanza su máximo esplendor. En San Jacinto, nuevos gaiteros entonan melodías que mezclan el júbilo navideño con las raíces ancestrales. En El Carmen de Bolívar, las parrandas no son solo música; son una declaración de vida, una invitación a olvidar las penas y bailar hasta el amanecer. Son ‘Los montes de María’, resilientes y dispuestos a seguir venciendo la adversidad y a sumarse al estallido de la magia multicolor navideña.

Valledupar, por ejemplo, comenzó el 29 de noviembre a pintarse a plenitud de Navidad gracias a la parada alusiva a la época ofrecida por ‘La Sierra International School’, con su rectora Laura Horbal a la cabeza. Un largo, espectacular y contagioso desfile que fusionó la temática de los héroes de Marvel con las tradicionales expresiones navideñas.

Alegría decembrina en noviembre: la Gran Parada Navideña en Valledupar.

A ritmo de tamboras, gaitas y acordeones, ecualización que se cuela por equipos de sonido caseros o los altoparlantes de los picós, vecinos y amigos se congregan en cualquier esquina para bailar hasta el amanecer. En cada canción, se siente la fusión de lo ancestral y lo festivo, en medio de lo cual los villancicos tradicionales se tropicalizan y suenan a cumbia o a vallenato o a salsa. Y no habrá de faltar quien se aventure con un solo de tambor o una décima improvisada que arranque risas y aplausos.

Sabores y vida

Pastel Caribe como cena navideña o de fin de año-año nuevo.

El banquete navideño es un capítulo aparte, un homenaje a los sabores de la región. La mesa caribeña está cargada de historia y sabor. El pastel costeño, con su masa de arroz y su relleno de carnes, verduras y hasta aceitunas —envueltos en hojas de bijao o de plátano—, llevan consigo el aroma de las tradiciones que no se pierden, son un símbolo de unión, pues en su preparación participa toda la familia.

El sancocho, especialmente el trifásico —cerdo, res y gallina— o también el de solo gallina, cocinado en leña, se sirve mejor en totumas que guardan el calor y el cariño de quien lo prepara. Y para los más pequeños, la natilla revestida de canela en polvo y los buñuelos dorados son los reyes indiscutibles del festín.

Blanco de la novena navideña: el nacimiento.

Pero también habrá mesas servidas con muestras gastronómicas de alto turmequé, la carta internacional, para devorar en familia tanto en Nochebuena como en víspera de Año Nuevo. Y hay que mencionar los ‘paseos de olla’ del 25 y el primero, si es que el cuerpo aguanta, que aun queda ‘El día de reyes’, el 6 de enero, nuevo año.

En medio de todo, la esencia de nuestra Navidad no está en lo material, sino en la unión. Bajo el cielo estrellado, las familias y amigos se encuentran para cantar, reír y celebrar la vida. Porque en el Caribe, la Navidad no se mide en regalos, sino en los momentos compartidos, en abrazos sinceros y pasos de baile descalzos sobre la tierra cálida.

La Navidad en el Caribe también es un momento para agradecer y renovar la esperanza. En muchos pueblos, las novenas —entre el 16 y el 24 de diciembre— se convierten en actos comunitarios donde las voces se unen en oraciones y villancicos. Las familias abren sus puertas y comparten dulces y pasabocas con los vecinos, porque aquí nadie celebra en soledad.

Año viejo en quema.

Y cuando llega la medianoche del 24 de diciembre, el Caribe entero se estremece de alegría. En lugar de un silencio solemne, el estallido de pólvora y miles de voces —“¡Feliz Navidad!”— pinta el cielo de colores y el ambiente de gozo pleno y así, las risas y abrazos se multiplican.

Los niños, con sus caritas iluminadas por la emoción, corren a abrir los regalos, mientras los mayores brindan por la salud, la unión y el nuevo año que se avecina.

En el Caribe colombiano, Navidad es una época durante la cual las diferencias se desvanecen y las calles se llenan del desbordado calor humano que nos distingue. Porque aquí, en esta tierra, de Gabriel García Márquez y Carlos ‘El Pibe’ Valderrama, de Edgard Rentería y Pacho Galán, de Pambelé y Shakira, de Luis Carlos ‘El tuerto’ López y Adolfo Pacheco, de Luis Díaz y Cristopher, la Navidad no es solo una celebración, es una declaración de vida.

Curaduría de José Orellano.