Nebulosa dispersa

Nebulosa dispersa

El sentido de la vida varía, según quien lo observe. Desde la complejidad individuo-sociedad hasta la búsqueda de armonía entre subjetividades, el filósofo samario Alonso Ramírez reflexiona sobre nuestra existencia.

Imagen de portada: Un aviador sobrevolando la montaña, concentrado en evitar un accidente y, al fondo, una ciudad caótica con multitudes avanzando sin interactuar, reflejando las ideas de Engels dibujo empotrado, el filósofo alemán a sus 20 años sobre la despersonalización urbana (Ilustración de IA).

El sentido de la vida

Por Alonso Ramírez Campo

Para un aviador, una montaña no tiene sentido más allá de sobrepasarla para no estrellarse, en cambio para un alpinista sí lo tiene porque escalarla cada vez mejor hace parte de su proyecto de vida. Lo que cuenta para determinar el sentido de algo es la intención que lo anima, pero como no hay nada que convenza a todos (insociable socialidad, diría Kant), cada individuo debe crear el sentido en el marco de un proyecto autoconsciente de vida.

Puede sonar aristocrático decir que el pueblo es como una nebulosa dispersa, diversa, corriendo desesperadamente para coger un Transmilenio en las mañanas o volcada los fines de semana en los centros comerciales haciendo cola para chupar helados en Creps, y no deja de ser risible que los políticos digan que el pueblo es soberano, lo cual constituye una abstracción que dista de la realidad.

A los 24 años, Engels se paseaba por las calles de Londres, en 1845, y llamaba la atención sobre el proceso despersonalizador de las ciudades modernas que se estaban creando.

Cuando Engels, a los 24 años se paseaba por las calles de Londres en 1845, llamaba la atención de este proceso despersonalizador de las ciudades modernas que se estaban creando y decía que “si se camina  un par de días a lo largo de las calles principales abriéndose paso a duras penas, entre la multitud y la serie infinitas de coches, si se visitan las partes peores de la capital mundial (Londres) entonces solamente se nota que estos londinenses deben sacrificar la mejor parte de su humanidad para alcanzar toda la maravilla de la civilización en la que abunda la ciudad, que mil fuerzas latentes han debido quedar irrealizadas y oprimidas para que algunas pocas se desarrollaran plenamente y pudieran multiplicarse mediante la unión con otras”. Engels denuncia al igual, como lo hicieron los románticos europeos y los llamados poetas malditos como Baudelaire y Rimbaud, lo desagradable que adquieren las calles que afectan la condición humana: el tumulto de gente que avanzan juntos como si no tuvieran nada en común, nada que ver uno con otro, y el único acuerdo tácito entre ellos es conservar la derecha en su tránsito para no estrellarse ni estorbarse recíprocamente, sin que ninguno se digne lanzar una mirada amiga al otro”.1

Si ese es el pueblo, ¿qué sentido tiene semejante brutalidad descrita por Engels?

Lo primero que habría que afirmar es que el sentido de la vida es, primero que todo, de cada individuo y, lo segundo, es que todo individuo es siempre comunidad antes de nacer desde el momento en que esta en el vientre de la madre conectado al cordón umbilical.

Quiérase o no, somos seres sociales que tenemos que convivir con otros, aunque cueste hacerlo en muchos casos, pero igual cuesta crear un proyecto personal de vida que pase por darle un sentido a nuestra existencia.

Darío Botero Uribe.

La pareja individuo-sociedad es compleja, porque realizar el interés general a través de los intereses individuales (convergente y no convergente) y el interés de cada uno a través del interés comunitario no es fácil, porque hacer converger las aspiraciones, las metas culturales, sociales, políticas, económicas, sin afectar las metas individuales, demanda tejer un proceso de filigrana. Pero de lograrse este propósito, la abstracción pueblo quedaría superada por la concreción propia de las comunidades de vida tal como lo propone la teoría del vitalismo cósmico. Ese sería el sentido profundo de la socialidad no alcanzado hasta ahora. De acuerdo con Darío Botero Uribe, “en el capitalismo, por el contrario, prima el interés privado sobre el interés social, y en el socialismo que existió, el interés individual, en cuanto no estuviera ligado al poder, fue sacrificado al interés colectivo, con lo cual se demostró que si no hay intereses individuales o estos pierden su vigor, el interés colectivo decae; por lo cual la vida social se burocratiza y muere”.2

Cuando a las sociedades pretenden movilizarlas al unísono, como las manecillas del reloj, se desvitaliza porque aparecen los obstáculos a la fluidez de la vida y la vida social se torna lenta, pesada, improductiva, la creatividad social se aletarga y sobreviene la aburrición de las instituciones y las fábricas donde todos miran de reojo las manecillas del reloj esperando la finalización de la jornada.

Para el aviador, la montaña no tiene sentido más allá de sobrepasarla para no estrellarse, mientras que el alpinista escala la misma montaña con determinación, disfrutando del esfuerzo y el entorno natural, porque es parte de su proyecto de vida (Otra ilustración de IA).

“La comunidad de vida implica crear un sentido de los destinos individuales y comunitarios, por fin en ella, el individuo percibe que su subjetividad no solo se armoniza con otras subjetividades para construir la forma de vida, sino que su subjetividad se prolonga en otras subjetividades y también que la alteridad se aloja y fructifica en su mente. La diferencia entre egoísmo y sociabilidad no desaparece, pero pierde su carácter antagónico”.3

Solo de esta manera cada individuo podría fijar sus aspiraciones en las realizaciones comunitarias y en su propia obra. Pese a las contingencias y los imprevistos que inevitablemente se presenten en este proceso —dado que siempre saltará la liebre—, pueden reducirse los daños que puedan causar los irredimibles de un orden lúcido. Estos deben ser tratados científicamente, sus patologías deben ser curadas en lo posible y los transgresores tratados científicamente y rehabilitados en la medida de lo admisible. Así mismo, el grueso de la delincuencia debe ser resocializado a mediano o largo plazo, en la medida en que se imponga el nuevo orden que supere la desigualdad, la discriminación y la conciencia pervertida por los valores de la ventaja económica, del engaño y de la desconfianza.

Pese a las religiones y a algunas fuerzas políticas que quisiesen hacer creer que ellas tienen aprisionadas el sentido de la vida y si adherimos mostrarnos claramente ese derrotero como si fuera una avenida perfectamente pavimentada en doble calzada de ida y vuelta, este no aparece por ninguna parte.

Las religiones —en las que procuro no meterme para no herir susceptibilidades— se ocupan del más allá y la política del más acá, es decir, de la relación entre el Estado y los ciudadanos dejando ambas por fuera, asuntos fundamentales de la vida. Si descontamos las labores del estadista, el orador, el organizador político, el traficante de votos, el sacerdote y otras pocas, la dimensión humana básica no está comprendida en esas categorías como el talento creativo, el saber, el conocimiento, el ejercicio de la imaginación de mundos posibles, la intercomunicación e interacción social, la lectura, la escritura, la amistad erótica que supere el amor carnal y muchas otras.

Ilustración para Fausto, de Goethe.

Este nuevo enfoque, nos permite decir como Fausto: “También esta noche, tierra, permaneciste firme. Y ahora renaces de nuevo a mi alrededor. Y alientas otra vez en mí, la aspiración de luchar sin descanso por una altísima existencia”.

Citas

1.- La situación de la clase obrera en Inglaterra. Federico Engels. Capítulo primero.

2.- La concepción ambiental de la vida. Darío Botero Uribe. Cap. 10, Cómo dar sentido a la vida. pág. 229.

3.- Ibid. pag.230.